jueves, 16 de septiembre de 2010

Mumia Abu Jamal


El Motín de Té de Boston siempre me ha parecido una acción teñida de miedo. Quizás sea apropiado que esa imagen aparezca en nuestros tiempos.

Cada evento en una sociedad tiene por lo menos dos lados: el lado visible y el lado oculto.
En muchos casos, el lado visible es simplemente el que coincide con las narrativas mediáticas, una forma perversa del teatro de sombras, en el que los medios, al elegir lo que reportan y lo que ignoran, escriben el guión de la realidad social.

Todos vimos eso hace unos años durante el periodo previo a la Guerra contra Irak, cuando el gobierno, usando todas las herramientas a su disposición, instó a los medios de comunicación a presentar la Guerra de Irak como algo inevitable y, de hecho, presentar lo ilógico como lógico.

Según algunos reportajes publicados, el líder iraquí Saddam Hussein, no creyó que Estados Unidos invadiera a Irak hasta que las bombas empezaron a llover, porque siendo un hombre lógico después de todo, jamás pudo aceptar que los norteamericanos fueran tan tontos.

No nos olvidemos que Estados Unidos armó el ejército de Saddam en la desastrosa guerra entre Irak e Irán, en la cual murieron cerca de un millón de personas. Saddam sabía bien que una invasión de Estados Unidos debilitaría a Irak, y haría considerablemente más fuerte a Irán. Razonaba que eso no tenía sentido desde el punto de vista de los intereses de los Estados Unidos.

Como el tiempo nos ha enseñado, los gobiernos hacen cosas absurdas, llevados por las fuerzas electorales y de clase hacia la locura bélica.

Los grupos de Motín del Té constituyen una de estas fuerzas electorales. Son grupos que corren a buscar refugio en un pasado que hoy parece más brillante de lo que parecía en su propia época.

Ellos quieren recibir los ingresos que hacían posible un estilo de vida en que millones de personas iban ascendiendo en la escala social hasta que los hacedores de política los traicionaron al promover el Tratado de Libre Comercio (TCLAN) y otros pactos semejantes que enviaron los trabajos industriales fuera de Estados Unidos para siempre.

Ellos quieren la seguridad económica por la que sus abuelos lucharon hasta conseguirla, pero sin los sindicatos que los llevaron a tal seguridad. En esencia, ellos quieren el ayer, sin las luchas que dieron forma a aquella época.

Quieren la supremacía de los blancos (con unas cuantas figuras de color para fingir igualdad), una sociedad donde sólo se habla inglés (olvidando las muchas lenguas que hablaron sus abuelos) y la eterna guerra contra el Otro, amenazante y oscuro, (es decir, los musulmanes, chinos, negros, mexicanos, venezolanos, etc.).

¿No es irónico que hayan escogido una imagen histórica, El Motín del Té de Boston de 1773, en el cual los bostonianos se disfrazaron de indios para sabotear, destruir y tirar al mar cargamentos británicos de té como una protesta contra los impuestos? Siempre me he preguntado: ¿por qué se disfrazaron de indios? ¿No hubiera sido más sencillo usar máscaras?

¿Por qué no usaron su propia vestimenta? ¿Por qué cubrieron la cara, a no ser que temieran la reacción del Ejército Británico? ¿Por qué se disfrazaron de indios, a menos que su intención era provocar una represión británica y americana contra las tribus indígenas de la región?

El Motín de Té de Boston siempre me ha parecido una acción teñida de miedo. Quizás sea apropiado que esa imagen histórica aparezca en nuestros tiempos. Porque, a final de cuentas, ellos temen el único constante del universo: el cambio.

Del corredor de la muerte, soy Mumia Abu-Jamal.




Mumia Abu Jamal es un periodista y activista político de Estados Unidos que sufre una injusta condena desde 1981 siendo en 1982 condenado a muerte y luego revocado por la cadena perpetua.

El 9 de diciembre de 1981, el policía Daniel Faulkner detuvo al hermano de Abu-Jamal, William (Wesley) Cook cerca de las calles 13 y Locust, un área frecuentada por prostitutas, por conducir en sentido contrario y con las luces apagadas. Abu-Jamal declaró que en ese momento conducía con su taxi cerca de la escena, y que vio a Faulkner golpear a su hermano con una linterna (William se declararía culpable de atacar a Faulkner). En la pelea que siguió, tanto Mumia como Faulkner recibieron impactos de bala. Faulkner fue herido en la espalda y en la cara, muriendo instantáneamente. Abu-Jamal en el pecho. La policía declara que Abu-Jamal disparó a Faulkner, mientras que la defensa alega que a Faulkner le disparó por detrás un tercer individuo que huyó de la escena. Abu-Jamal fue arrestado a las 4 a.m. con una pistola registrada a su nombre a un lado.

El 3 de julio de 1982, Abu-Jamal fue condenado por el asesinato de Faulkner y sentenciado a muerte. Además de su defensa jurídica tradicional, Abu-Jamal tocó muchos asuntos políticos durante el juicio, y pidió repetidamente a la corte que permitiera al líder de MOVE (Grupo naturista del que Mumia era simpatizante), John Africa, que lo representara.

La familia de Daniel Faulkner y la Fraternal Order of Police creen que Abu-Jamal mató a Faulkner mientras éste llevaba a cabo un arresto legal y justificado. En agosto de 1999, la reunión nacional de la FOP aprobó una resolución llamando al boicot económico contra todos los individuos y empresas que hubieran expresado simpatía por Abu-Jamal. En junio de 1999, Arnold Beverly (asesino a sueldo) confesó que él fue quien realizó los disparos por los cuales esta encarcelado Mumia Abu Jamal por contrato con la policía y la mafia. Los abogados de Jamal presentaron esta declaración de confesión para una revisión del juicio.

Según sus simpatizantes, por su notoria militancia como pantera negra y su apoyo posterior a la comuna radical MOVE, Abu-Jamal fue blanco del programa de contrainsurgencia COINTELPRO del FBI, cuyo propósito era acosar, desestabilizar y destruir grupos políticos como el Partido Pantera Negra de Autodefensa. Muchos otros panteras negras que fueron condenados por diversos crímenes, incluyendo asesinatos, han llegado a ser puestos en libertad al saberse que el FBI ocultó deliberadamente evidencias que los habrían exonerado, como en el caso de Geronimo Pratt. Algunos pasaron hasta treinta años en la cárcel antes de ser exculpados y liberados. Otros, como Fred Hampton, fueron asesinados en circunstancias sospechosas.

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